No hay mejor día en la semana para declarar la guerra que un martes. De origen, éste día existe en honor a Marte, dios romano de la guerra. También es valido para aquellos de habla inglesa. Se nombró Tuesday en honor al dios nórdico del combate y la victoria heróica: Tyr. Para unos se trata solo del segundo día de la semana y para otros, del tercero. A mi me gustan los martes, se me hace excelente para hacer una declaración de guerra, al más viejo y puro estilo de "Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es...".
¿Por qué la violencia? Porque las guerras son violentas, pero este es un buen momento para aclarar que en esta ocasión me enfocaré en utilizar el concepto metafóricamente, (leáse: guerritas de a mentis). Así pues, la confrontación de dos personas al rededor de una idea, un concepto, una sensación o un sentimiento es también una guerra. Las discusiones pueden ser subidas de tono, ofensivas, con estrategia, o con carga de la caballería pesada. El objetivo puede variar, va desde querer convencer al otro, hacer una demostración de superioridad, una ostentación de poder o como en muchos casos, por el simple placer de guerrear. Solo recuerden su última reconciliación y entenderán a que me refiero.
Gracias a mi terapeuta, con quien tenía sesión los martes, aprendí que en muchos casos las guerras más importantes son las que se pelean contra uno mismo. Luchar por mantener la cordura. Guerrear contra los impulsos más intensos de pedir otra rebanada de pastel. Batallar por ser congruente. Sacar fuerzas de flaqueza cuando la voluntad trastabillea. Contraponer tu lado oscuro vs lo que es correcto. Salvaguardar el amor propio y no dejar caer el autoestima. Cuidar lo que se hace o dice para no estropearle la vida alguien más. Depositar o no sentimientos en tal persona. Estas son algunas de mis guerras personales, a las que se han ido sumando cosas como debatir si beber o no otra cerveza, comer el último nacho, fumar otro cigarro después de las 2 cajetillas que la platica se ha llevado, echar o no otra piedrita a la bolsa de los secretos.
En una suerte de todos contra todos, además de mi mismo, suelo llevar otro contrincante. Ella, a su vez, guerrea con sus multiples si mismos y alguno que otro demonio. A veces hacemos equipo. A veces no y nos enfrentamos con ideas completamente incompatibles. Ay amenazas, reclamos, golpes, mordidas, besos, patadas y a veces solo a veces, hay una conclusión que nos deja a ambos satisfechos. Esta complicidad nos permite a veces dejar a nuestros enemigos plantados y salir a visitar otros cuentos o escuchar otras historias. Pero como en todas las guerras los contendientes no pueden salir limpios hay heridos y cicatrices que no cierran, hay veces que la misma complicidad nos hace sentir culpables y los curitas no son suficientes.
Se lo que sea, estoy listo para mi guerra del próximo martes.
¿Por qué la violencia? Porque las guerras son violentas, pero este es un buen momento para aclarar que en esta ocasión me enfocaré en utilizar el concepto metafóricamente, (leáse: guerritas de a mentis). Así pues, la confrontación de dos personas al rededor de una idea, un concepto, una sensación o un sentimiento es también una guerra. Las discusiones pueden ser subidas de tono, ofensivas, con estrategia, o con carga de la caballería pesada. El objetivo puede variar, va desde querer convencer al otro, hacer una demostración de superioridad, una ostentación de poder o como en muchos casos, por el simple placer de guerrear. Solo recuerden su última reconciliación y entenderán a que me refiero.
Gracias a mi terapeuta, con quien tenía sesión los martes, aprendí que en muchos casos las guerras más importantes son las que se pelean contra uno mismo. Luchar por mantener la cordura. Guerrear contra los impulsos más intensos de pedir otra rebanada de pastel. Batallar por ser congruente. Sacar fuerzas de flaqueza cuando la voluntad trastabillea. Contraponer tu lado oscuro vs lo que es correcto. Salvaguardar el amor propio y no dejar caer el autoestima. Cuidar lo que se hace o dice para no estropearle la vida alguien más. Depositar o no sentimientos en tal persona. Estas son algunas de mis guerras personales, a las que se han ido sumando cosas como debatir si beber o no otra cerveza, comer el último nacho, fumar otro cigarro después de las 2 cajetillas que la platica se ha llevado, echar o no otra piedrita a la bolsa de los secretos.
En una suerte de todos contra todos, además de mi mismo, suelo llevar otro contrincante. Ella, a su vez, guerrea con sus multiples si mismos y alguno que otro demonio. A veces hacemos equipo. A veces no y nos enfrentamos con ideas completamente incompatibles. Ay amenazas, reclamos, golpes, mordidas, besos, patadas y a veces solo a veces, hay una conclusión que nos deja a ambos satisfechos. Esta complicidad nos permite a veces dejar a nuestros enemigos plantados y salir a visitar otros cuentos o escuchar otras historias. Pero como en todas las guerras los contendientes no pueden salir limpios hay heridos y cicatrices que no cierran, hay veces que la misma complicidad nos hace sentir culpables y los curitas no son suficientes.
Se lo que sea, estoy listo para mi guerra del próximo martes.
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