Willi Mangler, Berlín.

Estación de tren Berlin-Schöneberg

… entonces me preguntó:
– ¿Y ya aprendiste a decir algo?
– Ya aprendí a decir “gracias” y “por favor”. Llevo apenas un par de semanas de viaje, visitando distintos lugares, castillos, museos, monumentos, etcétera. No tengo excusa, pero eso es todo lo que he aprendido. – Respondí a Gabrielle.

Lamento no haberle pedido que se tomara una fotografía conmigo, pero en ese momento no se me ocurrió. La verdad estaba pensando en cómo llevarla a la cama, y me preguntaba qué sería lo correcto, ir a su departamento o a mi hotel. De tener una foto sería más fácil describirla. En mis recuerdos Gabrielle, es una mujer madura de edad un poco incalculable, muy atractiva, de cabello oscuro y ojos azules, apenas mayor que yo por unos pocos años. Se notaba la reciente aparición de esas arrugas cerca de los ojos y algunas canas que evidenciaban claramente su experiencia en la vida. De figura conservada y si, como todas las alemanas que vemos en esas fotos del Oktoberfest, con unos senos enormes.

 Estaba yo de viaje, recorriendo Alemania, a finales del 2013 cuando llegué a Berlín la noche de un tres de diciembre. Eran casi las diez y yo tenía un hambre atroz. Tenía tanta hambre que mi  mejor opción era encontrar un restaurante abierto, llenarme de cerveza local y olvidar que tenía hambre, mi plan usual para viajes de “poco presupuesto”. Como ya mencioné, llegue un poco tarde a la ciudad ya había pasado la hora del check in de mi hotel, El Citi Inn (dos estrellas, Hauptstr. 113-115, Tempelhof-Schöneberg, 10827 Berlín, Alemania). Al no haber avisado de mi retraso, amablemente me llamaron por teléfono para avisar que mi llave estaría disponible en el hookah lounge de la planta baja.  El tren llegó a la estación Berlin-Schöneberg y desde ahí debía caminar unos 500 metros hasta el hotel. Definitivamente no estaba en la mejor zona de la ciudad, no había autos de lujo y los edificios en su mayoría se veían algo descuidados y sucios. Llegué al bar en dónde se supone tendrían mi llave, un lugar a media luz con neones en las paredes, sillones bajos, acojinados, mucho, mucho humo con aroma a tabaco dulzón y como a 5 tipos de origen árabe sentados alrededor de una mesita compartiendo una gran shisha. Sentí que se incomodaron al verme entrar, ese no era un lugar para turistas. Los salude con una inclinación de la cabeza, enunciando el mejor “guten tag” que pude. El encargado del lugar salió por detrás de una cortina que separaba el salón de la cocina/bodega y me saludó en alemán, preguntándome, creo yo, cómo podía ayudar. Le contesté que lamentablemente no sabía hablar alemán, y le indique que buscaba el Hotel Citi Inn, también mi nombre y el número de reservación. Se quedó pensando, mirándome, como tratando de descifrar que acababa de decirle. Algo dijo a los parroquianos, que hasta ese momento seguían la conversación con interés. Luego volvió a dirigirse hacia a mi, e hizo un gesto entre no te entiendo y no puedo ayudarte. Preocupado, saqué de mi mochila la hoja con el número de reservación y se la extendí. La tomó, la revisó, me la devolvió e hizo el mismo ademán de no entiendo y/o no puedo ayudarte.  “Qué bien” pensé. Otra noche más para dormir bajo el puente (a -4°C, nevando). Llamé por teléfono al contacto que me había avisado que mi llave estaría disponible en ese lugar para explicarle la situación, me dijo que no preocupara y que lo arreglaría en un  minuto. Ahí estaba yo en la puerta del barecito con las miradas recurrentes de 5 árabes incomodos por mi presencia, cuando sonó el teléfono del local. El tipo que anteriormente me había dicho que no me entendía, hablaba, yo supongo, en árabe con la persona del teléfono. Cuando colgó se acercó a mi y me extendió la llave, y con señas me indicó el pasillo al fondo del edificio y me informó que debía ir al piso tres. Respiré profundo, “al menos por esta noche no habrá cama bajo el puente, ni nieve.” Pensé al subir por elevador.


Berliner Kindl Weisse
Dejé mis cosas en la habitación y decidí salir a buscar comida y cerveza, más cerveza que comida. Unos cuantos pasos más adelante del hotel, alcance a ver un restaurante-bar aún abierto. Al llegar a la esquina de Hauptstraße y Koburger-straßse alcancé a ver el letrero del restaurante “Willi Mangler” enmarcado entre dos logotipos de Berliner Kindl, lo cual me pareció buena señal. Entré al lugar y el ambiente me tomó por sorpresa. Dos parejas de avanzada edad compartían un mesa, estaban cenando y conversaban algo acerca del partido de futbol que se veía en las pantallas, uno de ellos usaba bigote blanco, largo y tupido, en un estilo que me recordaba las pinturas de los antiguos generales del ejercito alemán durante la 1ra guerra mundial; el juego era entre el Borrusia Dortmund y el Saarbrucken. La música provenía de una rockola, dos tipos con pinta de motociclistas estaban poniendo rock de los 70’s y 80’s. La decoración del “Willi” lo hacía parecer un antiguo pub de puerto, algo cercano al mar, con mobiliario de madera “gastada”, una barra de unos seis metros de largo con las estanterías de licores en la parte posterior; enmarcado por una colección de unos 20 relojes de pared y la carta de las distintas cervezas de la marca Berliner Kindl. Unas tres personas ocupaban bancos en la barra, dos hombres y una mujer. Los tres conversaban con el tabernero; estando en Europa, viajando de una ciudad a otra por tren, albergándome en hoteles de dos estrellas o menos, ese lugar definitivamente me parecía una taberna de esas antiguas que aparecen en los libros. Las paredes atestadas de baratijas y antigüedades como carretas y barquitos de madera, canastos de mimbre, pinturas, premios de caza, títeres, etcétera. Me pareció un lugar muy agradable, acogedor. Me senté en la segunda mesa de la izquierda, de espalda a la ventana y junto a uno de los árboles de navidad; repasé la lista de cervezas que se podía leer encima de la barra, me decidí por la cerveza de trigo (€ 2.30) y un plato de tres bockwurst. Gol del Borrusia Dortmund. Terminé de cenar y pedí una segunda cerveza, ahora una pilsner. Seguí viendo el partido, el Borussia era la nueva sensación; la temporada anterior había llegado a la final contra el Bayern Munchen después de muchos años de no conseguir nada en la Bundesliga.

En eso estaba cuando la mujer me gritó en español desde la barra “¡Salud mexicano!” con una “Coronita” en la mano.  Sorprendido y un tanto desconfiado (la última vez que alguien me había gritado “mexicano” en Europa, me robaron cuarenta euros) le devolví el saludo y brindé con ella. Con una leve inclinación hacia el banco que estaba a su lado en la barra me invitó a tomar asiento, mientra las otras dos personas con quienes estaba platicando momentos antes, seguían en lo suyo.
– ¿Tanto se me nota? Lo mexicano digo. –le pregunté en español.

– No hablo español, solo un poco. –Me contestó en alemán. Yo le repetí la misma pregunta en inglés, añadiendo que yo no hablaba alemán.

– Si. –dijo riéndose. – El acento es inconfundible. Me llamo Gabrielle. ¿Cuál es tu nombre?

– Mi nombre es Angel. Mucho gusto. ¿Así que conoces México? –pregunté.

–He estado en Cancún, es muy bonito. –Me dijo. Yo sentí ese orgullo que nos da cuando nos dicen que México es bonito, creo que tienen razón y que a veces a nosotros mismos nos cuesta un poco de trabajo reconocerlo.

  Si lo es, ¿algún otro sitio que hayas visitado?

– Tulum, Playa del Carmen, Cozumel e Isla Mujeres. ¿Tu que haces tan lejos de casa?

– Vine de trabajo hace un par de semanas y me quede a vacacionar, no había estado en Alemania antes.

Entonces me preguntó:
– ¿Y ya aprendiste a decir algo en alemán?
– Aprendí a decir “gracias” y “por favor”. Llevo apenas un par de semanas de viaje, visitando distintos lugares, castillos, museos, monumentos, etcétera. No tengo excusa, pero eso es todo lo que he aprendido. – Respondí a Gabrielle.

 – “Ich Liebe dich.” –dijo.

– ¿Perdón?

– “Ich Liebe dich” quiere decir: “Yo te amo”; qué raro que no sepas, es lo primero que aprenden los mexicanos a decirnos a las alemanas que vamos a Cancún. Eso y “Hast du Sex mit mir?”

­Seguimos platicando de Alemania, de México, Gabrielle me invitó una cerveza alemana, le devolví la invitación con una “Corona”. Mientras platicaba con ella, me estaba haciendo a la idea de cómo sería en la cama, estábamos flirteando abierta y descaradamente, obvio llegamos a ese punto donde hay que actuar para tomar las oportunidades de la vida… Y pasó mi oportunidad, no supe en que momento, después de un rato la conversación se tornó en como la distancia estaba matando su noviazgo. Pablo (llamémosle Pablo, ya que no recuerdo su nombre real) Venezolano o colombiano (tampoco lo recuerdo) tenía 3 meses en su país y debía esperar seis meses para que la embajada liberara su visa de residente. Según Gabrielle, Pablo tendría unos 28 años, 6 menos que yo en aquél entonces, eso nos da unos 15 o 18 menos que Gabrielle. Mientras tanto otra mujer de edad mas avanzada aún, con el cabello casi en su totalidad blanco, el rostro lleno de arrugas, muy delgada, de casi un metro ochenta con botas y chamarra de cuero negra, se acercó a saludarnos. No me enteré que se dijo de mi al respecto, la recién llegada rió, me sonrió y después pidió una cerveza al tabernero, se entretuvo platicando con él, terminó su cerveza mientras fumaba un cigarro y se fue. En ese momento noté que Gabrielle era casi de mi estatura y llevaba zapatos bajos; decidí retomar el camino del flirteo, ¿Cómo iba yo a perderme esta oportunidad?
Gaststätte Willi Mangler 
Pero ya era demasiado tarde, Gabrielle invitó a nuestra conversación a uno de los viejillos de las dos parejas que estaban en una mesa cenando cuando yo llegué y que se quedaron platicando, en lo que a mi parecer era una reunión habitual. El señor me saludo amablemente en Español. Me dijo que era una especie de agregado en la embajada de Alemania en Venezuela, tenía una carrera diplomática de más de 20 años que en ese momento de la Historia Universal se encontraba en peligro; Chávez acababa de morir a inicios de año y Maduro estaba formando su propio gobierno. Ya sabemos como acabó todo eso al día de hoy. Gabrielle se disculpó en parte porque no entendía mucho de nuestra conversación en español y porque debía ir al tocador. “Realmente es muy atractiva” pensaba yo mientras el viejecillo me decía:

– ¡Mira bien ese gran culo! tengo al menos siete años tratando de llevármela a la cama y la muy creída no se deja.

No dije nada. “Viejito cabrón” pensé.  Cuándo se dio cuenta de que tal vez sería ella la que me llevaría a mi a la cama no desaprovechó la oportunidad de “hacerme mosca”. Gabrielle regresó solo para despedirse, intercambiamos teléfonos y correo electrónico escritos en comandas que nos proporcionó el tabernero, guardé sus datos en la billetera. Nos dimos un abrazo de despedida y dos besos a la mejilla, como estilan los europeos, el aroma de su perfume, mezclado con el alcohol y el tabaco se quedaron impregnados en mi memoria. Prometimos llamarnos la siguiente ocasión que regresara a Berlín o que ella viniera a la Ciudad de México. Gabrielle y su 1.83 m de altura abandonaron el “Willis Mangler” pasadas las dos de la mañana, tal vez decepcionada de que esa noche dormiría sola y con frío.

El Borrusia Dortmund ganó el juego dos goles a cero al Saarbrucken.

Dos días después, de camino hacia la ciudad de Köln, me robaron (perdí, se me cayó, no supe ya dónde quedó…) la cartera y nunca más volví a saber de Gabrielle. Al parecer Venezuela (o era Colombia) tienen latinos más ardientes que México.



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