La historia de como llegué a España a finales del verano del 2006 no la puedo contar; baste con mencionar que ese asunto tenía que ver con una mujer española, un hermano, unos mariachis, un kilo de jamón serrano “del de bellotas” y una decisión de esas que te cambian la vida.
Quedamos que esto sucedió a finales de septiembre del 2006, más o menos por la fecha en que se celebran las fiestas de nuestra Señora de la Merced en Barcelona. El verano ya era historia y los primeros días del otoño se dejaban sentir un poco fríos. Era mi primera vez en España, a esas alturas del viaje, después de casi cuatro semanas de largas caminatas y con muy pocos euros en la billetera, ya me estaba preguntando: –¿Qué carajos hago yo aquí? – En este punto del viaje; ya no había hermano, ni mujer española, ni mariachis, había perdido como ocho kilos de peso en esas cuatro semanas y sólo me quedaban como 150 gramos del kilo de jamón. ¡Ve a Barcelona! Decían. ¡Será divertido! Decían…
La razón por la que quedaban pocos euros del presupuesto fue que en las dos semanas previas, me había dado vida de viajero conocedor por ciudades como Madrid, Toledo, Segovia y Granada. Por ejemplo: gasté €220.00 en el kilo de Jamón “del de bellotas” entre otras delicadezas. Aún así, evaluando que las posibilidades de volver a España, por no decir volver a Europa, eran pocas, decidí que no podía regresar a México sin haber visitado Barcelona.
Ese fue uno de esos viajes en dónde no llevaba “el librito” así que solo la cultura general, unas referencias de algunas personas que recientemente habían estado en la ciudad y los consejos de mi apá, que había visitado Barcelona en tiempos en que Copito de Nieve aún vivía, eran mi única guía de turistas. Recuerdo que tomé un autobús que tardó toda la noche en llegar desde Madrid; hicimos una parada en Zaragoza a eso de las 2:00AM, de 30 minutos más o menos, para comprar chucherías en una gasolinera de esas de carretera que cuentan con servicios y cafetería; me compré dos Bollycaos y café, suficiente para llegar a desayunar. Llegamos a destino e inmediatamente me puse en marcha con dirección de La Sagrada Familia; esa famosa catedral, ahora basílica, que Gaudí comenzó a construir en 1882 y que según las últimas proyecciones ya casi acaban (2026). Caminaba sin mucho rumbo, de repente estaba frente a Casa Batlló y seguía caminando por La Rambla, recorriendo el barrio medieval, regresaba y daba vueltas tratando de grabar en la memoria todo lo que veía; edificios, calles, gente etc. Me encontré con el lugar que se convertiría inmediatamente en mi favorito de todo Barcelona: “La Boquería”; estaba tan extasiado y hambriento, que me olvidé por completo de tomar fotografías. Subí al Parque Güell, baje hasta la torre de Colón y de ahí al muelle olímpico ¿se acuerdan de Barcelona 92? Comenzaba la tarde y ya con algunas ampollas nuevas en los pies y después de haber acabado con los últimos 150 gramos del jamón, me di cuenta que tal vez sería buena idea ir buscando dónde pasar la noche.
¡Qué bonitas las fiestas de la Merced en Barcelona! ¿no? Claro; mucho entretenimiento y fiestas y celebración y todo muy lindo... El único problema es que en esas épocas de fiesta, la ocupación hotelera está al 100% y no encontré habitaciones (dentro del presupuesto) en hoteles ni hostales, una bonita experiencia que resulta de aventarse como el Borras a la aventura. Caminé por horas hasta que cayó la noche, fría y lluviosa noche. Habiéndome dado cuenta que había fracasado en la búsqueda de cobijo y techo, no tuve más remedio que resistir los azotes de la noche a la intemperie, sin dinero y en una ciudad desconocida.
Después de la función de media noche en los cines del Maremagnum en la Rambla Marina, recuerdo que entré a ver Nacho Libre con doblaje español, , paseé por el muelle y me recosté en una de las bancas con la esperanza de ver el amanecer por el mar Mediterráneo, esperanza que se vio frustrada por unos agentes de la guardia civil que me dijeron amablemente que no podía pasar la noche en esa banca. Creo que mis cobijas de periódico y mi vasito de “donaciones” no les cayó como muy en gracia.
En el parque de la Plaza de Cataluña aún había gente que salía de los bares, algunos estaban ya muy enfiestados y la lluvia ligera no parecía molestarles. La vida nocturna venía a menos y a eso de las 3:30 a.m. La plaza estaba casi desierta. Al fin encontré un refugio en un portal de un edificio cercano, no recuerdo exactamente en que calle, pero lo que sí recuerdo es que había un mercado ambulante de libros usados. Estaba yo acomodando mis periódicos, cuando una persona de seguridad de la feria se me acercó y me preguntó algo con voz muy grave y en catalán que, obviamente, no entendí. Habiéndole aclarado mi falta de dominio de la lengua local, el agente me repitió lo mismo, solo que más despacio y con mejor articulación en sus palabras, como si yo fuera alguien que no hablase español; porque resulta que el tipo si hablaba en español, solo que con un acento que jamás había escuchado.
El tipo de seguridad ha de haber medido mas o menos entre 1.70 y 1.75m. el tono de su piel era claro pero como muy quemado por el sol, con el cabello de color indefinido por lo corto que lo llevaba; no era rubio pero tampoco completamente oscuro, sus facciones eran duras, serias. De complexión más bien delgada, se me figuraba a uno de esos personajes de relleno en una película tipo mafia rusa. Calculo que tendría entre unos 33 y 35 años. Entonces nos sentamos a platicar, poniendo especial esmero en comprender el acento medio francés medio árabe de un inmigrante argelino. Le conté que yo venía del lejano país de México, que me encontraba de visita en la ciudad por primera vez, que no había previsto la cuestión de las fiestas de la Merced y por lo tanto me había quedado sin un sitio para pasar la noche. Asintió, como comprendiendo la falta de previsión. Él por su parte, me contó que tenía pocos meses en España, que había llegado desde Argelia porque las cosas en su país estaban difíciles y decidió emigrar a Europa desde el norte de África para buscar una oportunidad en la vida. Me dijo que estaba agradecido con Alá por estar vivo y haber encontrado ese trabajo temporal como guardia nocturno de los puestos del mercado de libros; y también que gracias a Alá coincidimos esa noche. Me dijo que si quería descansar y dormir un rato bajo ese portal podía hacerlo, el estaría pendiente de mi para que nadie se me acercara a robarme o robar mi mochila mientras yo durmiera. La verdad es que yo estaba muy cansado del ajetreado día y aunque tenía cierto temor de dormir en la calle, por aquello de que me robaran el pasaporte o los pocos recuerditos que ya llevaba en la mochila, decidí aceptar su oferta, a cambio de sus servicios le obsequié el resto de mi cajetilla de cigarros que me agradeció efusivamente.
Desperté a eso de las 7:00 o 7:30, Mi amigo argelino estaba haciendo su ronda entre los puestos de libros y me acerqué para despedirme. Es costumbre en mi familia llevar algunos detalles de México: llaveros o pines con la bandera, de sombrerito o de calendario azteca para obsequiarlos a modo de agradecimiento por algún favor recibido. Es un detalle que siempre sorprende a quien los recibe. Le deje un llavero con un sombrerito charro y la bandera de México que le gustó mucho. Nos despedimos y me recomendó una cafetería para desayunar algo bueno y barato muy cerca de la plaza de toros. Agradeciéndole de nuevo, me dirigí al lugar indicado. No fue muy difícil encontrar el restaurante porque seguí todas las indicaciones paso a paso, aunque si me lo preguntan, hoy en día no sabría como llegar.
Me senté en la barra para ordenar el desayuno; se escuchaba una versión de la "La Luna y el Toro" en la radio y me sirvieron un par de huevos con chorizo, tostadas con mantequilla y café. Mientras comía, tarareaba la melodía y me miraba en espejo del otro lado de la barra; veía mi imagen sucia y desaliñada, falta de sueño y pensaba: “¿Qué tal si, cuando cuente esta historia, cambio el portal del edificio por un puente o algo así?” acabé con el desayuno y emprendí la marcha para continuar mi recorrido por Barcelona.
Quedamos que esto sucedió a finales de septiembre del 2006, más o menos por la fecha en que se celebran las fiestas de nuestra Señora de la Merced en Barcelona. El verano ya era historia y los primeros días del otoño se dejaban sentir un poco fríos. Era mi primera vez en España, a esas alturas del viaje, después de casi cuatro semanas de largas caminatas y con muy pocos euros en la billetera, ya me estaba preguntando: –¿Qué carajos hago yo aquí? – En este punto del viaje; ya no había hermano, ni mujer española, ni mariachis, había perdido como ocho kilos de peso en esas cuatro semanas y sólo me quedaban como 150 gramos del kilo de jamón. ¡Ve a Barcelona! Decían. ¡Será divertido! Decían…
La razón por la que quedaban pocos euros del presupuesto fue que en las dos semanas previas, me había dado vida de viajero conocedor por ciudades como Madrid, Toledo, Segovia y Granada. Por ejemplo: gasté €220.00 en el kilo de Jamón “del de bellotas” entre otras delicadezas. Aún así, evaluando que las posibilidades de volver a España, por no decir volver a Europa, eran pocas, decidí que no podía regresar a México sin haber visitado Barcelona.
Ese fue uno de esos viajes en dónde no llevaba “el librito” así que solo la cultura general, unas referencias de algunas personas que recientemente habían estado en la ciudad y los consejos de mi apá, que había visitado Barcelona en tiempos en que Copito de Nieve aún vivía, eran mi única guía de turistas. Recuerdo que tomé un autobús que tardó toda la noche en llegar desde Madrid; hicimos una parada en Zaragoza a eso de las 2:00AM, de 30 minutos más o menos, para comprar chucherías en una gasolinera de esas de carretera que cuentan con servicios y cafetería; me compré dos Bollycaos y café, suficiente para llegar a desayunar. Llegamos a destino e inmediatamente me puse en marcha con dirección de La Sagrada Familia; esa famosa catedral, ahora basílica, que Gaudí comenzó a construir en 1882 y que según las últimas proyecciones ya casi acaban (2026). Caminaba sin mucho rumbo, de repente estaba frente a Casa Batlló y seguía caminando por La Rambla, recorriendo el barrio medieval, regresaba y daba vueltas tratando de grabar en la memoria todo lo que veía; edificios, calles, gente etc. Me encontré con el lugar que se convertiría inmediatamente en mi favorito de todo Barcelona: “La Boquería”; estaba tan extasiado y hambriento, que me olvidé por completo de tomar fotografías. Subí al Parque Güell, baje hasta la torre de Colón y de ahí al muelle olímpico ¿se acuerdan de Barcelona 92? Comenzaba la tarde y ya con algunas ampollas nuevas en los pies y después de haber acabado con los últimos 150 gramos del jamón, me di cuenta que tal vez sería buena idea ir buscando dónde pasar la noche.
La Boquería, Barcelona, España. 2006 |
¡Qué bonitas las fiestas de la Merced en Barcelona! ¿no? Claro; mucho entretenimiento y fiestas y celebración y todo muy lindo... El único problema es que en esas épocas de fiesta, la ocupación hotelera está al 100% y no encontré habitaciones (dentro del presupuesto) en hoteles ni hostales, una bonita experiencia que resulta de aventarse como el Borras a la aventura. Caminé por horas hasta que cayó la noche, fría y lluviosa noche. Habiéndome dado cuenta que había fracasado en la búsqueda de cobijo y techo, no tuve más remedio que resistir los azotes de la noche a la intemperie, sin dinero y en una ciudad desconocida.
Después de la función de media noche en los cines del Maremagnum en la Rambla Marina, recuerdo que entré a ver Nacho Libre con doblaje español, , paseé por el muelle y me recosté en una de las bancas con la esperanza de ver el amanecer por el mar Mediterráneo, esperanza que se vio frustrada por unos agentes de la guardia civil que me dijeron amablemente que no podía pasar la noche en esa banca. Creo que mis cobijas de periódico y mi vasito de “donaciones” no les cayó como muy en gracia.
En el parque de la Plaza de Cataluña aún había gente que salía de los bares, algunos estaban ya muy enfiestados y la lluvia ligera no parecía molestarles. La vida nocturna venía a menos y a eso de las 3:30 a.m. La plaza estaba casi desierta. Al fin encontré un refugio en un portal de un edificio cercano, no recuerdo exactamente en que calle, pero lo que sí recuerdo es que había un mercado ambulante de libros usados. Estaba yo acomodando mis periódicos, cuando una persona de seguridad de la feria se me acercó y me preguntó algo con voz muy grave y en catalán que, obviamente, no entendí. Habiéndole aclarado mi falta de dominio de la lengua local, el agente me repitió lo mismo, solo que más despacio y con mejor articulación en sus palabras, como si yo fuera alguien que no hablase español; porque resulta que el tipo si hablaba en español, solo que con un acento que jamás había escuchado.
El tipo de seguridad ha de haber medido mas o menos entre 1.70 y 1.75m. el tono de su piel era claro pero como muy quemado por el sol, con el cabello de color indefinido por lo corto que lo llevaba; no era rubio pero tampoco completamente oscuro, sus facciones eran duras, serias. De complexión más bien delgada, se me figuraba a uno de esos personajes de relleno en una película tipo mafia rusa. Calculo que tendría entre unos 33 y 35 años. Entonces nos sentamos a platicar, poniendo especial esmero en comprender el acento medio francés medio árabe de un inmigrante argelino. Le conté que yo venía del lejano país de México, que me encontraba de visita en la ciudad por primera vez, que no había previsto la cuestión de las fiestas de la Merced y por lo tanto me había quedado sin un sitio para pasar la noche. Asintió, como comprendiendo la falta de previsión. Él por su parte, me contó que tenía pocos meses en España, que había llegado desde Argelia porque las cosas en su país estaban difíciles y decidió emigrar a Europa desde el norte de África para buscar una oportunidad en la vida. Me dijo que estaba agradecido con Alá por estar vivo y haber encontrado ese trabajo temporal como guardia nocturno de los puestos del mercado de libros; y también que gracias a Alá coincidimos esa noche. Me dijo que si quería descansar y dormir un rato bajo ese portal podía hacerlo, el estaría pendiente de mi para que nadie se me acercara a robarme o robar mi mochila mientras yo durmiera. La verdad es que yo estaba muy cansado del ajetreado día y aunque tenía cierto temor de dormir en la calle, por aquello de que me robaran el pasaporte o los pocos recuerditos que ya llevaba en la mochila, decidí aceptar su oferta, a cambio de sus servicios le obsequié el resto de mi cajetilla de cigarros que me agradeció efusivamente.
Desperté a eso de las 7:00 o 7:30, Mi amigo argelino estaba haciendo su ronda entre los puestos de libros y me acerqué para despedirme. Es costumbre en mi familia llevar algunos detalles de México: llaveros o pines con la bandera, de sombrerito o de calendario azteca para obsequiarlos a modo de agradecimiento por algún favor recibido. Es un detalle que siempre sorprende a quien los recibe. Le deje un llavero con un sombrerito charro y la bandera de México que le gustó mucho. Nos despedimos y me recomendó una cafetería para desayunar algo bueno y barato muy cerca de la plaza de toros. Agradeciéndole de nuevo, me dirigí al lugar indicado. No fue muy difícil encontrar el restaurante porque seguí todas las indicaciones paso a paso, aunque si me lo preguntan, hoy en día no sabría como llegar.
Me senté en la barra para ordenar el desayuno; se escuchaba una versión de la "La Luna y el Toro" en la radio y me sirvieron un par de huevos con chorizo, tostadas con mantequilla y café. Mientras comía, tarareaba la melodía y me miraba en espejo del otro lado de la barra; veía mi imagen sucia y desaliñada, falta de sueño y pensaba: “¿Qué tal si, cuando cuente esta historia, cambio el portal del edificio por un puente o algo así?” acabé con el desayuno y emprendí la marcha para continuar mi recorrido por Barcelona.
Catedral de la Sagrada Familia. Barcelona, España 2006 |