La primera vez que esto me sucedió tendría como 12 o 13 años, según yo, más o menos allá por el año 1992. Había sufrido un accidente muy aparatoso que no quisiera detallar, baste describir que una varilla de acero de 3/4 de pulgada me atravesó la pierna derecha por la parte de atrás, entre la rodilla y la parte baja del muslo. Necesité de dieciocho puntos, que me dejaron una cicatriz de poco más de 20cm, misma que en muchas ocasiones sirvió como prueba para aquella famosa historia en donde la mencionada cicatriz había sido "ganada" en un enfrentamiento taurino con una bestia de 500kg.
La herida fue suturada en el sitio del accidente por un médico que había a la mano. Recuerdo que antes de comenzar la sutura me aplico tres inyecciones de algún tipo de anestesia, obvio como yo ya estaba muriendo no puse especial resistencia a esas tres inyecciones. ¡Ojo aquí! Aún muriendo, yo conté que fueron tres inyecciones.
Para esto; desde los 4 años de edad padezco el mal de la belonefobia, que es el miedo extremo, incontrolable e irracional hacia las agujas hipodérmicas, jeringas y lancetas. Lo juro, apenas comienza una conversación sobre inyecciones o jeringas y tengo la sensación de un piquete en el glúteo derecho o en el brazo izquierdo, dependiendo de si se está hablando de una inyección normal o de extracción de sangre para algún estudio. Una vez hecha pública esta afectación, creo se puede entender de mejor manera toda mi situación.
Continuando. Al día siguiente, como se indicó a mis padres, me llevaron a la clínica para una revisión a detalle, me tomaron rayos X para evaluar si merecía pasar al área de traumatología y me revisaron la herida para limpiar y desinfectar los puntos. Le conté brevemente a la enfermera los hechos; como casi había muerto accidentado y una la barra de acero había atravesado mi pierna de un lado a otro. Fue en ese momento en que la enfermera… ese ángel caído del cielo; mirada dulce de ojos color miel; de piel inusitadamente tersa y brillante; esa joven y bellísima enfermera del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) dijo las palabras que marcarían mi vida por los siguientes 30 años: Te vamos a tener que aplicar la vacuna contra el tétanos.
Déjenme explicar algo: usualmente la forma en que yo lidiaba a desde los 4 años con mi fobia a las jeringas era bastante simple. Yo salía corriendo, corría lo más rápido posible y si eran capaces de atraparme, entonces merecían introducir en mi cuerpecito cualquier artefacto medico, ya fuera para introducir algún químico o para extraer el vital líquido rojo. ¡Claro! Yo no me rendía sin antes pelear con garras y dientes, o en su defecto hacer berrinche de los grandes. Afortunadamente mi pediatra era consiente de esta condición y trataba todos mis males a base de pastillas y jarabes.
Volvamos entonces a la situación anterior. La enfermera bonita le dijo al niño adolescente que lo tienen que inyectar.
¿Qué hacer?, ¿Cómo reaccionar? En 1992 con doce años cumplidos ya no estaba en edad en la que salir corriendo era la opción, y hacer berrinche frente a la enfermera bonita, cuando lo que quieres parecer es un hombre hecho y derecho tampoco era opción. Así que hice lo que cualquier hombre valiente en mi situación hubiera hecho. Enfrentar el destino con el pecho inflado, la frente en alto y las nalgas al viento…
Y con un nudo en la garganta solo pude decir al momento en que me bajaba los calzones: !Píqueme!
Creo que no quedó muy impresionada por mi hombría, porque más me tardé en bajarme los calzones que en lo que la bonita enfermera me volteo sobre la camilla como res de rodeo y aplicó su instrumento de tortura en mi trasero. Con suave y tranquilizadora voz me dijo: ¡Listo!
No sentí nada. No hubo dolor, ni si quiera un pellizco; tampoco hubo llanto, mucho menos berrinche. Estaba yo impresionado de mi mismo, incrédulo, orgulloso. Por primera vez en mi vida había dejado que se me inyectase como a una persona normal. ¡Bravo por mi!
Me sellaron el carnet de salud con la promesa de que en 30 días debía regresar por otra aplicación de la vacuna contra el tétanos, le dije a la bonita enfermera que sin ningún problema, siempre y cuando fuese ella la misma enfermera que me aplicara la inyección (guiño, guiño). Salí del consultorio rumbo a la sala de espera, todavía impresionado por mi comportamiento. No podía esperar más para contarle a mi padre como habían inyectado a su hijo sin el mayor proble…
Todo es negro. Escucho voces apagadas. Le están preguntando a alguien que sucedió y parece que la persona no responde. Nadie más sabe. Siento un dolor intenso en la parte de atrás de la cabeza y todo es negro. Escucho voces apagadas que poco a poco se vuelven mas intensas, claras; estamos en la clínica y pienso que a nadie se le ha ocurrido pedir un médico. Por fin alguien grita: ¡Un doctor! ¿Es la voz de Mamá? Escucho la suave y tranquilizadora voz de la enfermera bonita preguntar que fue lo que paso. Alguien más dijo “Estaba parado y solo se desvaneció, se fue de espaldas y cayó como árbol. Se pegó en la cabeza”. Todo es negro. Escucho voces ya no tan apagadas que dicen “Déjenlo respirar” y yo pienso ¿Por qué me duele la cabeza? ¿Por qué huele a alcohol? Todo es negro porque tengo los ojos cerrados. ¿Por qué tengo los ojos cerrados? Abro los ojos más por la curiosidad de saber de que trata todo el relajo que por otra cosa. Estoy acostado en el suelo, la enfermera bonita me está tomando la presión y mi mamá tiene un algodón empapado de alcohol cerca de mi nariz y por alguna extraña razón estoy sonriendo como un tonto.
Veintisiete años después, por diversos motivos de salud, tuve que actualizar mi dirección ante el IMSS y por lo mismo hacer el correspondiente cambio de clínica familiar. Como indica la burocracia de nuestros sistemas de salud, llevé toda la documentación pertinente incluido mi carnet de salud que debía cambiar por uno correspondiente a la nueva clínica. Entregué mis documentos en el escritorio número uno, dónde a su vez me indicaron debía pasar al consultorio número cinco de medicina preventiva para que me hicieran la entrega del nuevo carnet de salud. En el consultorio cinco, una bella y joven enfermera tomó mi carnet anterior para trasladar la información pertinente al nuevo documento: “Veo que le tocaba el refuerzo de la vacuna contra el tétanos el año pasado y no la tiene.¿Qué pasó?”
Todo es negro. Escucho voces apagadas…
La herida fue suturada en el sitio del accidente por un médico que había a la mano. Recuerdo que antes de comenzar la sutura me aplico tres inyecciones de algún tipo de anestesia, obvio como yo ya estaba muriendo no puse especial resistencia a esas tres inyecciones. ¡Ojo aquí! Aún muriendo, yo conté que fueron tres inyecciones.
Para esto; desde los 4 años de edad padezco el mal de la belonefobia, que es el miedo extremo, incontrolable e irracional hacia las agujas hipodérmicas, jeringas y lancetas. Lo juro, apenas comienza una conversación sobre inyecciones o jeringas y tengo la sensación de un piquete en el glúteo derecho o en el brazo izquierdo, dependiendo de si se está hablando de una inyección normal o de extracción de sangre para algún estudio. Una vez hecha pública esta afectación, creo se puede entender de mejor manera toda mi situación.
Belonefobia: Miedo a las jeringas. |
Déjenme explicar algo: usualmente la forma en que yo lidiaba a desde los 4 años con mi fobia a las jeringas era bastante simple. Yo salía corriendo, corría lo más rápido posible y si eran capaces de atraparme, entonces merecían introducir en mi cuerpecito cualquier artefacto medico, ya fuera para introducir algún químico o para extraer el vital líquido rojo. ¡Claro! Yo no me rendía sin antes pelear con garras y dientes, o en su defecto hacer berrinche de los grandes. Afortunadamente mi pediatra era consiente de esta condición y trataba todos mis males a base de pastillas y jarabes.
Volvamos entonces a la situación anterior. La enfermera bonita le dijo al niño adolescente que lo tienen que inyectar.
¿Qué hacer?, ¿Cómo reaccionar? En 1992 con doce años cumplidos ya no estaba en edad en la que salir corriendo era la opción, y hacer berrinche frente a la enfermera bonita, cuando lo que quieres parecer es un hombre hecho y derecho tampoco era opción. Así que hice lo que cualquier hombre valiente en mi situación hubiera hecho. Enfrentar el destino con el pecho inflado, la frente en alto y las nalgas al viento…
Y con un nudo en la garganta solo pude decir al momento en que me bajaba los calzones: !Píqueme!
Creo que no quedó muy impresionada por mi hombría, porque más me tardé en bajarme los calzones que en lo que la bonita enfermera me volteo sobre la camilla como res de rodeo y aplicó su instrumento de tortura en mi trasero. Con suave y tranquilizadora voz me dijo: ¡Listo!
No sentí nada. No hubo dolor, ni si quiera un pellizco; tampoco hubo llanto, mucho menos berrinche. Estaba yo impresionado de mi mismo, incrédulo, orgulloso. Por primera vez en mi vida había dejado que se me inyectase como a una persona normal. ¡Bravo por mi!
Me sellaron el carnet de salud con la promesa de que en 30 días debía regresar por otra aplicación de la vacuna contra el tétanos, le dije a la bonita enfermera que sin ningún problema, siempre y cuando fuese ella la misma enfermera que me aplicara la inyección (guiño, guiño). Salí del consultorio rumbo a la sala de espera, todavía impresionado por mi comportamiento. No podía esperar más para contarle a mi padre como habían inyectado a su hijo sin el mayor proble…
Todo es negro. Escucho voces apagadas. Le están preguntando a alguien que sucedió y parece que la persona no responde. Nadie más sabe. Siento un dolor intenso en la parte de atrás de la cabeza y todo es negro. Escucho voces apagadas que poco a poco se vuelven mas intensas, claras; estamos en la clínica y pienso que a nadie se le ha ocurrido pedir un médico. Por fin alguien grita: ¡Un doctor! ¿Es la voz de Mamá? Escucho la suave y tranquilizadora voz de la enfermera bonita preguntar que fue lo que paso. Alguien más dijo “Estaba parado y solo se desvaneció, se fue de espaldas y cayó como árbol. Se pegó en la cabeza”. Todo es negro. Escucho voces ya no tan apagadas que dicen “Déjenlo respirar” y yo pienso ¿Por qué me duele la cabeza? ¿Por qué huele a alcohol? Todo es negro porque tengo los ojos cerrados. ¿Por qué tengo los ojos cerrados? Abro los ojos más por la curiosidad de saber de que trata todo el relajo que por otra cosa. Estoy acostado en el suelo, la enfermera bonita me está tomando la presión y mi mamá tiene un algodón empapado de alcohol cerca de mi nariz y por alguna extraña razón estoy sonriendo como un tonto.
Veintisiete años después, por diversos motivos de salud, tuve que actualizar mi dirección ante el IMSS y por lo mismo hacer el correspondiente cambio de clínica familiar. Como indica la burocracia de nuestros sistemas de salud, llevé toda la documentación pertinente incluido mi carnet de salud que debía cambiar por uno correspondiente a la nueva clínica. Entregué mis documentos en el escritorio número uno, dónde a su vez me indicaron debía pasar al consultorio número cinco de medicina preventiva para que me hicieran la entrega del nuevo carnet de salud. En el consultorio cinco, una bella y joven enfermera tomó mi carnet anterior para trasladar la información pertinente al nuevo documento: “Veo que le tocaba el refuerzo de la vacuna contra el tétanos el año pasado y no la tiene.¿Qué pasó?”
Todo es negro. Escucho voces apagadas…
Alguien tuvo la amabilidad de acostarme en una banca. Gracias. |