Una noche mexicana.

        Era ese día del año cuando se celebra la mexicanidad en todo el país. Abundaba el tequila y la música de mariachis; se usaban bigotes falsos de revolucionario, los sombreros de charro, listones verde, blanco y rojo en un tocado a modo de tehuana. El espíritu nacional se podía sentir como dicen: “a flor de piel”. Se cantaba el cielito lindo y varios (tal vez muchos) caballitos de tequila después gritábamos: !Ay Papantla, no te rajes!  y !Ay Jalisco, tus hijos vuelan!
    
        En ese entonces aún tenía cabello… Según recuerdo; Carlos Salinas era el presidente de la República. El mundo se encontraba maravillado por las tecnologías de fin de siglo: por fin alguien había logrado revivir a los dinosaurios; al menos como imágenes generadas por computadora. Gracias a un visionario por fin pudimos ver a un Tiranosaurio Rex corriendo y rugiendo por primera vez en el cine, !órale! Bill Clinton era el presidente de los Estados Unidos de América. Bill Gates seguía acumulando dólares en sus bolsillos. Microsoft había lanzado al mercado un nuevo sistema operativo para computadoras de escritorio: el Windows 3.11. El libro de Laura Esquivel “Cómo agua para chocolate” figuraba en el puesto número cinco en la lista de los más vendidos de New York Times y la banda de Kurt Cobain estaba por estrenar un nuevo disco de Grunge a finales de ese mismo mes.

        A mi me invitaron. Me prometieron un guateque épico para celebrar el día en que somos más mexicanos que el maíz pozolero. Mientras se sirvieron los tacos, las tostadas y los  pambazos, yo hacía una reflexión sobre el curso de los eventos que me llevaron a estar en ese momento, en aquel lugar, con ese tequila  y con esa mujer… No conocía casi nadie en esa fiesta. Llegué como convidado del amigo del primo que se fue temprano y recuerdo perfectamente los primeros tequilas, como tres o cuatro. Después de esos mi memoria se vuelve difusa, muy difusa… 

        Si alguna vez has escuchado esta historia, hijo mío, seguramente habrás notado que partir de este momento hay varias… llamémosle: ramificaciones. No te fijes demasiado, porque todas son verdad. Estoy ciento por ciento seguro que esa vez terminamos manejando por la carretera libre Acapulco porque queríamos ver el amanecer. Porque en “Mi” Acapulco se ven los amaneceres, y no los atardeceres como en el Acapulco de los demás. Te podría jurar sobre los huesos de la abuela que ese día terminamos camino a Veracruz, porque al señor se le antojó un café de la Parroquia. Recuerdo claramente que durante la madrugada nos detuvimos en ese mirador entre las montañas porque había lluvia de estrellas y se veía de lo más asombroso. Mi recuerdo más triste de esa noche, fue el momento en que ella se fue con su galán y no los volví a ver en el resto de la fiesta. Nunca había conocido a nadie como ella. Cuándo nos presentaron recuerdo que estaba tan impresionado que ni siquiera pude decir mi nombre correctamente. Ella vestía de revolucionaria, cabello trenzado con listón tricolor, carrilleras y auténticas botas vaqueras. Desde entonces, cada día, todos los días, le hago saber que me parece la mujer mas increíblemente hermosa de la creación. Supongo que ya lo sabe y no es necesario que se lo ande diciendo, sin embargo lo hago. Tu la conoces hijo mío y  sabes que no miento.

Debió ser una fiesta realmente muy muy divertida. Recuerdo que al final pasamos el resto de los tequilas bailando y cantando. Llevábamos por lo menos 3 horas de Mariachis cuando salimos a encender un cigarro y sentarnos en la banqueta. ¿O fue sentados en el cofre de un Galaxy 500? 
 
        –Muero por una canción de Nirvana. Dijo ella. 

        Seguimos platicando, mirando al cielo, con todo lo poético que eso puede significar, esperando los fuegos artificiales que comenzaron puntuales, (11:02 PM) al grito de “Viva México” y “Vivan los héroes que nos dieron patria”

        Las explosiones de luz multicolor en lo alto compitiendo con la luz de las estrellas marcaron el inicio del resto de mi vida. 

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