Tu que eres poeta y en el aire las compones...


Estaba yo tratando de escribir desde el teléfono pero esa función de agitar y borrar se llevó al traste más de la mitad de mi post y en el cel no existe el ctrl+z. Decía yo...

Quien tiene tiempo de conocerme sabe que en mis gustos literarios no hay mucho lugar para la poesía. Ni si quiera figura una recopilación de poemas en mi lista de libros por leer. Pero no quiero dejar pasar la oportunidad de compartir un poema de Manuel Acuña. Poeta Mexicano nacido en (según esto) Saltillo, Coahuila. No me se muy bien su vida. No soy biógrafo del señor. Pero lo que si se, es que en su vida existió una mujer que se llamaba Rosario. Estamos hablando de 1870 y tantos. Esta mujer, Rosario, estuvo ligada a su vida y dicen que fue la causa de su trágica muerte. Se que Don Manuel no pudo imaginar una vida sin ella... y se mató.

Anécdotas como esta me recuerdan a todas esas personas que alguna vez en la vida me han dicho que no se muere de amor y creo que tienen toda la razón. Son las idioteces que se cometen en su nombre las que pueden acabar con vidas, voluntaria o involuntariamente.

Aquí pues. el famoso (porque resulta que si es famoso) poema:

NOCTURNO A ROSARIO
!Pues bien! yo necesito decirte que te adoro,
decirte que te quiero con todo el corazón:
que es mucho lo que sufro y mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto y al grito que te imploro,
te imploro y te amo en nombre de mi última ilusión.

Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días,
estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas las esperanzas mías,
que están mis noches negras, tan negras y sombrías
que ya no sé ni en dónde se alzaba el porvenir.

De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,
las formas de mi madre se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.

Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás,
y te amo, y en mis locos y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos.
y en vez de amarte menos, te quiero mucho más.

A veces pienso en darte mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos y hundirte en mi pasión,
más si es en vano todo y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tú que yo haga con este corazón?

Y luego que ya estaba concluído tu santuario,
tu lámpara encendida, tu velo en el altar:
el sol de la mañana detrás del campanario,
chispeando las antorchas, humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar.

¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo ese techo,
los dos unidos siempre y amándonos los dos;
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!

¡Figúrate que hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso mi santa prometida:
y al delirar en eso con calma estremecida,
pensaba yo en ser bueno por tí, no más, por tí.

¡Bién sabe Dios que ése era mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer!
¡Bién sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!

Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo que existe entre los dos,
¡adiós por la última, amor de mis amores,
la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores,
mi lira de poeta, mi juventud, adios!



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